Revolución Asesina




Madrid, Cundinamarca

Agosto 11 de 2025


Por: Luis Guillermo Echeverri Vélez


Fortaleza y solidaridad ante el dolor de la injustica a su familia. El Senador de la República y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay no murió, lo asesinaron. Lo ocurrido es un crimen de Estado y un delito de lesa humanidad. Todos vimos quien le disparó, pero las circunstancias de todo lo ocurrido tienen un origen en el odio y el resentimiento de la violencia verbal que vitorea desde el poder la impunidad como bien transaccional en favor de la criminalidad.

El mensaje es claro. Advertidos de muerte están quienes quieran ondear las banderas de la legalidad, la justicia y la libertad. Advertidos están quienes sigan la doctrina del hombre que por la vía democrática combatió al crimen organizado en favor de los indefensos.

Despertemos como sociedad, no es cuestión de una elección en manos de un tirano que ya sabe cómo engañar al electorado y al sistema. Es cuestión de entender que el Estado está constituido para proteger a los ciudadanos que cumplen sus obligaciones legales y no a los delincuentes ni a las organizaciones criminales y narcoterroristas, mucho menos a quienes a nombre del pueblo le imponen formas autocráticas al ejercicio del poder.

La importancia de Álvaro Uribe en este siglo sobrepasa la figura del “Gran Colombiano”.  Sus formas simples, amables y respetuosas, humildes, pero frenteras y determinadas, tiene un significado tan grande como el de la verdad en la libertad de los seres humanos.

En su concepción ideológica y en los resultados de su obrar como Estadista, gobernante y figura pública siempre respetuoso de la ley, de la justicia y combatiente del crimen y las injusticias, se encarna un “demócrata integral” y es ahí donde radica el valor que él y su doctrina representan para el ejercicio de la política en democracia y para el progreso de Colombia y de todos los países de la región.

El legado de Uribe es prueba de que no hay causa perdida en función del progreso mientras haya servidores públicos con vocación ética, dispuestos a luchar contra la pérdida de valores que para nuestras sociedades representa hoy el mal llamado “progresismo”, así en esa lucha haya que dejar la vida por la patria como lo ha hecho Miguel Uribe Turbay, un joven valiente determinado a servir a su país.

Uribe simboliza la confianza del bien común que pretende la participación democrática en el debate ideológico enmarcado en legalidad. La simpleza y el poderío de su doctrina están respaldados por un legado que, aún atropellado por la injusticia y la violencia, le agrega al patrimonio moral de la nación y a toda una Latinoamérica que lo admira y respeta.

Como es lógico el poderío de su verdad despierta la envidia y el odio propios de quienes lo resienten a falta de facultades para obrar de forma correcta. 

Por ello hoy parte Miguel Uribe asesinado, y por eso hoy Álvaro Uribe es víctima de quienes tienen que apelar a la mentira y al engaño como única forma de sobresalir a costa de la verdad, de causarle un mal a los demás, a la patria y sin duda al pueblo indefenso que aducen representar desde su usurpación de los poderes del Estado.

Hoy se suma a las manifestaciones de las mayorías que marcharon el pasado jueves 7 de agosto, el dolor de la nación colombiana por la pérdida de uno más de los héroes de la patria a manos de este narcoterrorismo criminal auspiciado por el Estado colombiano.

Hoy se nos revive el terror a todos los colombianos que sufrimos la violencia de los 80 y los 90 y que hoy volvemos a revivir el miedo que causa la indefensión y la pérdida de un valiente, de un padre, de un hermano y un hijo que vio partir a su madre a manos de la misma calaña de asesinos que hoy dominan la nación.

Hoy estamos todos puestos a prueba. Debemos resolver con valor si aún somos una sociedad consciente, pensante y sensible que está harta de la politiquería, del clientelismo y la corrupción, del narcotráfico, la violencia, la inseguridad y el abuso de poder, o si vamos a seguir jugando con la impunidad que solo causa muerte.

Hay que pensar con humildad en la razón por la cual seguimos consintiendo la politiquería clientelita y corrupta, la figuración mediática inmerecida, el enriquecimiento personal o el desfogue de odios y resentimientos, y no le damos la importancia que tienen la legalidad, la ética y la moral, en la formación y ejecución de políticas públicas entendidas como forma de consolidación de la convivencia y el bienestar social.

Sentenciar al Presidente Uribe y asesinar a quien pueda representar su doctrina en la conducción del Estado era un trofeo buscado por sus opositores, por quienes se han valido de su bondad para llegar al poder, y por la arrogante mamertería de una oligarquía que hoy se abraza bajo el disfraz del progresismo, con la impune cleptocracia emergente que nos gobierna, para tapar la degeneración institucional y personal en la que ha caído el ejercicio del poder en Colombia.

La doctrina de la seguridad democrática es la encarnación de la única esperanza de recuperar la democracia. Como sociedad debemos ser capaces de capitalizar el fracaso de la mal llamada y falsa izquierda que no es más que la mezcla de odios ciegos, resentimientos, envidias, incapacidades de muchos ingenuos e ignorantes que operan bajo la guía de un puñado de figurines macabros que solo entienden de politiquería, de clientelismo, de corrupción y de violencia física y verbal, y que llevan al pueblo engañado al matadero con discursos cargados de la dialéctica ideológica del comunismo asesino.

La muerte de Miguel Uribe y la privación injusta de los derechos de Álvaro Uribe, no mengua la libertad con que su espíritu transita por el camino de la verdad y la corrección amparado por la solidez de sus convicciones. 

Por el contrario, lo ocurrido impide que sus ideas sean destruidas. Ambas injusticias inmortalizan el legado de grandeza respaldo en los hechos y logros que componen una doctrina democrática de profundo contenido social, distante de la politiquería y enmarcada en los corazones y en entendimiento de las personas bien criadas y que mamaron principios y valores éticos dentro de nuestra sociedad.

Uribe es un verdadero guerrero de la libertad y la justicia social que, al igual que Miguel Uribe proviene de una base liberal honrada y honorable. Ambos uno en nuestros corazones y el otro desde la eternidad, representan la esperanza de sana convivencia dentro del marco de la legalidad y sin que ello mengue para nada su apego al orden, al deber ser, a la corrección en el obrar.

Es hora de que esta sociedad siga con total determinación el ejemplo de Uribe, quien ha combatido frontalmente el crimen, el clientelismo politiquero y la mediocridad, siempre defendiendo al sector productivo y a toda la condición emprendedora del ciudadano colombiano sea este empleado o empleador, de quien ha combatido sin tregua todas las actividades ilícitas e ilegales empezando por la droga y el terrorismo y sus nocivos efectos en la sociedad. 

Llegó el momento, hoy en 2025 y no en 2026, de que no se permita que el Estado siga engañando al país, patrocinando el crimen y azuzando delincuentes para que eliminen a sus opositores políticos. No permitamos que se siga abusando del significado y la importancia que tiene el ideal de la Paz en favor de la impunidad criminal.

Comentarios

Post Populares