Es lo que hay
Foto tomada de: Internet |
Noviembre 23 de 2019
Hay en Colombia una acumulación de problemas sociales, culturales y educativos, propios de una sociedad, en general, enferma y afectada por los malos efectos de la droga y el narcotráfico que multiplican la violencia, la maldad, la insensatez, la mediocridad y la delincuencia, de la misma forma en que una adicción afecta a un individuo.
Hay un gobierno honesto, dedicado a la difícil y compleja tarea de atender los graves problemas sociales y económicos heredados. Hay un gobierno liderado por un presidente transparente, justo, preparado, trabajador, estudioso, con visión moderna y técnica.
Hay un gobierno que defiende y representa una democracia que es la garantía de las libertades en que se fundamenta el sistema del pacto social que, por 200 años, hemos mantenido y el progreso que, hasta ahora siendo un país de ingreso medio hemos logrado construir.
Hay un gobierno responsable, respetuoso y democrático, al que lo van a criticar y a culpar de todo, haga lo que haga. Porque esa es la moda, porque recibió un país polarizado y porque los medios cada día se ocupan de dividirlo más en su cotidiana desmedida producción de difamación y circo.
Hay varias líneas de narcoterroristas convertidos, ilegalmente, en actores políticos con inmunidad parlamentaria, que se han cansado de decir que, para ellos, el fin justifica los medios, y lo están demostrando mediante la combinación de todas las formas de lucha, empezando por la doctrina dialéctica totalitaria con la cual han engañado a los jóvenes y a una parte de la población en las grandes ciudades.
Hay una fiebre de protesta movida por todo tipo de inconformidad social y desconfianza en la política, que es alentada irresponsablemente por las redes sociales y algunos medios, de los cuales se valen terroristas, comunistas, socialistas y todo tipo de activistas para crear pánico social.
Hay un gran líder satanizado por los que controlan los medios, con el falso estigma del “fantasma paraco”, atribuido con embuste, precisamente, a quien los extraditó. Es la lisonjera historia de terror que despierta el morbo oculto que manejan moralistas, críticos y conciliadores prudentes.
Hay una justicia caracterizada por el miedo de ser justa y por resolver a conveniencia.
Hay un parlamento lleno de manzanillos demagogos de profesión, políticos adictos al clientelismo y al direccionamiento contractual, por aquello de que a muchos no les da vergüenza vender la consciencia y el voto al mejor postor. Y hay, sin duda, intereses e intermediarios con habilidad deslumbrante, que saben cómo moverles más el bolsillo que el corazón. Parlamento y cortes que están capturados tras una falsa máscara ideológica, que se ha convertido en la forma de operar su economía.
Hay un ataque frontal con dialéctica populista dirigido a Duque y Uribe. A uno lo quieren en la cárcel, al otro fuera del palacio. Son los dos trofeos que quieren para quedarse con el país. Entre tanto, una parte de la clase política endeudada quiere dividir a Duque y a Uribe y otra solo piensa en cómo conseguir botines burocráticos, coimas o contratos estatales.
Hay un periodismo que ejerce sin control ni ética y en casos resulta cómplice de la generación de caos que ayuda al narcoterrorismo y participe de los excesos de quienes abusan del poder de influencia de las comunicaciones. Un periodismo que se escuda en el derecho a la información y a la libertad de expresión para cobrar por desestabilizar, generar caos, terror e indignación y, en muchos casos, comerciar apalancados en su poder de destrucción de honra o reputación ajena.
Hay una sociedad dirigente con tres enfermedades: individualismo envidioso, egolatría vanidosa y adicción a la conveniencia compensada por influencias o corrupción.
Hay unos empresarios grandes, pequeños y medianos que son héroes, que arriesgan su capital para generar empleo y contribuir a la productividad y al progreso del país y del ingreso de todos. A estos, el gobierno les sirve y ellos necesitan que funcione bien. Y hay, también, los que viven desentendidos, lamentándose por fuera del país.
Hay una juventud que nunca se ha pagado sus cuentas ni le ha tocado trabajar por nada. Hay una horda malcriada por la cual sus padres se han matado y ni lo agradecen ni lo valoran, y a la cual le han lavado la cabeza los que utilizan hoy la política como forma de lucha para establecer un totalitarismo.
Hay unas fuerzas armadas democráticas, respetuosas y valientes que han tenido que soportar toda clase de problemas defendiendo la ciudadanía, la constitución y las leyes. Unas fuerzas armadas que por más de 50 años han luchado contra organizaciones narcotraficantes, terroristas y delictivas, y contra uno de los crímenes organizados más poderosos del mundo.
Hay una ética de trabajo que caracteriza empresarios colombianos y a sus trabajadores que, en esta crisis que vivimos, han dado ejemplo y señal de cultura y laboriosidad. Hay sin duda un sindicalismo empresarial consiente de que, si el balance del país es bueno y prospera el emprendimiento, el balance económico y social de las empresas será mejor y por lo tanto el de sus familias. Eso tiene que continuar así. Han apoyado al gobierno y a las Fuerzas Armadas. Eso tiene que ser así.
Hoy más que nunca los empresarios colombianos deben fortalecer sus gremios e instituciones y hacer un frente fuerte para la defensa de la libertad de empresa y la generación de trabajo. No pueden ceder ante el narcoterrorismo que busca la anarquía como medio para seguir propagado el negocio que mata. FIN
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