Animalismo exterminador






Madrid, Cundinamarca

Junio de 2024


Por: Luis Guillermo Echeverri Vélez

Caballero Rejoneador de Toros 


Escribo torito bravo, porque sabes que te lo debo todo, y sabes que por volver a estar delante de ti y por salvar a los tuyos, te ofrecería mil veces mi vida y la de mis caballos como tantas veces nos jugamos la nuestra entre las nobles embestidas de tus hermanos.

Es ignorancia desconocer que las corridas de toros son una manifestación cultural milenaria que ha hecho parte de la idiosincrasia propia de muchos pueblos y naciones a lo largo de la historia; y desconocer que la tauromaquia es arte, es tan equívoco como desestimar que la naturaleza lleva en su esencia una fuerza violenta que el hombre nunca podrá cambiar.

La liturgia cultural, que no es fiesta, es la esencia del culto a la representación de la vida que se da cita en las corridas de toros que son la más vívida personificación artística de la propia vida y de todos los elementos que conjugan la existencia humana y animal, de la esencia de la lucha por la sobrevivencia, tan propia de toda la naturaleza y de las expresiones culturales a todo lo largo de la civilización humana.

La conservación de las especies debe ser el objetivo del animalismo, no su cruel exterminio a manos de equivocados legisladores por la falsa idea de que los humanos no tengamos que convivir con la sangre, que como seres del reino animal llevamos dentro, ni con todo aquello tan natural y obligado como el culto a la vida y la aceptación de la muerte.

Así como todos iniciamos cada día sin tener seguro el destino, el toro bravo va a la plaza lleno de nobles propósitos y orgulloso de su condición agresiva. De su lidia, muera o viva, lo cual puede suceder, depende toda una cadena económica, depende la sobrevivencia y la subsistencia de sus padres, de sus hermanos y sus amigos en las dehesas, depende la conservación de toda su especie, todo un trabajo genético centenario y la subsistencia de las ganaderías y de muchas familias y personas que lo veneran y respetan en los campos y en las ciudades.

Al toro bravo se le cuida con gran esmero, se le da más tiempo en libertad que al resto de los animales que son presa y que nos proveen la proteína de que vivimos los humanos como depredadores que somos. El toro no va a la plaza como el pez al anzuelo o a la red, ni como el resto de los ganados, cerdos, pollos, pavos, carneros y ovejas, van al matadero a sucumbir a manos del matarife, el toro tiene la oportunidad de defender su condición natural agresiva y dar una noble pelea frente a un hombre que le respeta y está resuelto a entregarle su vida.

No se equivoquen ustedes los animalistas exterminadores que viven del engaño social. No somos los toreros asesinos, ni mucho menos somos hipócritas, somos artistas y no son bárbaros los espectadores que acuden a las plazas a apreciar y valorar la bravura y el poderío del toro y el arte de los toreros, cómo no son bárbaras ni violentas ninguna de las personas que viven y que contribuyen a la economía del toro y a los impuestos de los que cobran los legisladores. 

Es justamente lo contrario, nosotros todo se lo debemos al toro y a su bravura, vivimos y trabajamos para cuidarlo y respetarlo, pero tenemos a diferencia de quienes sí quieren matarlo, la satisfacción de vivir la tauromaquia como expresión artística, cultural, plástica e intelectual, y queremos y amamos al toro bravo, mucho más de lo que imaginan personas de criterio estrecho que no comprenden el sentimiento y la dificultad que conlleva el cuidado del ganado bravo y la interpretación del toreo.

La eliminación legislativa de las corridas de toros no es más que la imposición por razones políticas, de una agenda minoritaria de falsos animalistas sobre las libertades sociales de la gran mayoría. Son una parte del engaño de la agenda difamatoria populista que alienta y auspicia la violencia y el terrorismo entre los seres humanos, que es tan indiferente ante el dolor de las personas y la violencia intrafamiliar.

Nunca he visto a un torero ni a un taurino agredir ni irrespetar a un animalista, nunca he visto violencia entre las personas que amamos al toro y entendemos la tauromaquia como nuestro referente cultural y nuestra forma de vida. El toro no entiende de odios ni resentimientos entre los seres humanos, para él todos somos iguales, como iguales somos todos cuando nos ponemos de delante e iguales son todos aquellos que pagan por disfrutar de la auténtica democracia que sólo se vive en una corrida de toros.





No acudan a la plaza si no les gusta, el toro no los necesita y menos su falsa protección determinativa. Pero respeten y dejen ya de vender esa hipocresía, que la fiesta ha estado siempre y seguirá, respaldada por los artistas, escritores, pintores, músicos, bailadores e intelectuales, cuyo duende se inspira en la representación cultural más realista de la vida y en la danza en la que se enfrentan la inteligencia y la superación del ser humano contra la fortaleza y la acometividad natural de la bestia.

Nada más arbitrario que legislar por desconocimiento sobre la violencia intrínseca en la naturaleza animal, para condenar a la extinción una hermosa especie que ataca por instinto y nunca con el propósito de alimentarse de otros animales como hacemos los seres humanos. 

Nada más inculto que desconocer que desde épocas anteriores a Mesopotamia, es el toro bravo el que ha inspirado toda suerte de expresiones culturales, por ser el símbolo que el hombre ha elegido a lo largo de su existencia como representación del poderío de la propia naturaleza animal, de la cual, recodemos, los seres humanos también somos parte.

Hoy desde el fondo de mi alma te pido torito bravo: perdónalos porque ellos tampoco saben lo que hacen.

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