¡Está en cada individuo hacer a un lado la cultura de la violencia y la ilegalidad!


Imagen Afp


Madrid, Cundinamarca

Agosto 16 de 2020

Por: Luis Guillermo Echeverri Vélez

Rejoneador de Toros, Abogado y Economista Agrícola.




El progreso colectivo está atado a la determinación de cada individuo de obrar correctamente. Tenemos que hacer un llamado a que los jóvenes valoren la libertad, el orden y entiendan que su independencia depende del respeto a la de los demás. El asunto de principios, de conciencia y de la obligación de diferenciar entre qué es correcto y que no lo es, es algo que requiere Sentido Común para crear una Cultura generalizada de Legalidad. 


La juventud debe informarse bien y seguir el ejemplo del esfuerzo y la superación personal de nuestros talentosos deportistas, en lugar de dejarse llevar por el clamor igualitarista que canta himnos que promueven el odio de clase y la ilegalidad, sin explicar nunca como podremos todos vivir del estado si nos oponemos a la libertad de empresa y a la formación de capitales que generan empleo y los flujos de caja familiares.


Pensemos entonces en los obstáculos que como sociedad Colombia tiene que superar si queremos salir de esta problemática unidos y construir un mejor futuro.


Hablemos del momento que vive el Mundo y Colombia. El cambio es la única constante, y su velocidad aumenta en cada amanecer, nuestra civilización está cada día mejor dotada de conocimiento, ciencia, tecnologías y ello nos confronta como raza humana con retos de supervivencia aún desconocidos, sin un referente histórico para aprender. Por tanto, resulta inútil culpar de lo que suceda a los gobiernos. El cambio sin cultura genera más violencia y por ello es cada individuo, el que debe exigirse a si mismo obrar correctamente. 


Hablemos de integridad, valores y principios frente al CV-19 y la Gran Depresión que vivimos. En las naciones más cultas, los medios, los políticos y todas las instancias e instituciones se asocian en un respaldo decidido, irrestricto, unánime a sus gobiernos. En general el pueblo colombiano, ha demostrado ser solidario, valiente, comprometido y una capacidad de aguante, verraquera, disciplina y sufrimiento fuera de lo normal. Lo refleja la forma en que hemos logrado que la relación entre el número de muertes y el de recuperados sea positiva.


Hablemos de los le que tiran piedra al sistema. Pero hay en Colombia una minoría dañina, una malévola expresión de palabra y conducta. Me refiero a buena parte de la “clase política”, a ese lastre directivo burocrático que cambia o muda de piel cada 4 años. A una minoría zángana “de profesión político”, y a algunos pocos personajes de los medios de comunicación que pescan chismes todo el día, para convertirlos en noticias. Extremistas y fanáticos, medran juntos en la misma canoa en la que se fermenta su vinagre potaje anarquista, que degenera siempre en totalitarismo. Manifestación infestada de indolencia que se escucha a diario entre algunos que, según ellos mismos, balancean y catalizan la verdad desde la inquisidora justicia radio-mediática nacional que solo se dedica a destruir cultura a cuenta de la desmedida inoperancia de toda la burocracia estatal. 


Hablemos de la doble moral de los extremos. Ninguna extrema, de derecha o de izquierda puede apropiarse del derecho a catalogar ideológicamente, que es correcto y que no lo es. Ese camino solo lleva a incrementar los odios hasta convertirlos en violencia. El gran engaño a la juventud hoy proviene de parte de la clase política que se auto cataloga como opositora sin pensar a qué se oponen, pero que solo practica con mayor codicia y descaro, los mismos vicios de la clase política tradicional.


Hablemos de la Tenacidad de los Colombianos de bien, el pecado de los indiferentes y a la maldad de unas minorías acomodadas en el Estado. Al mismo tiempo que tenemos una nación llena de millones de personas talentosas, honradas y trabajadoras, hay también una creciente corriente vergonzante y pusilánime, una “horda mamerta”, más por moda y debilidad de carácter que por convicción, y finalmente una “distinguida pandilla” de elementos sinuosos, cuyos principios que especialmente en la última década se han convertido, en la encarnación del resentimiento, la envidia y el odio, y que cada vez que se ve comprometida invoca la democracia tras la alcahuetería al reclamo garantista.


Hablemos de la responsabilidad social de los Medios de Comunicación. Sin duda Colombia tiene comunicadores extraordinarios, periodistas independientes, serios, intelectualmente preparados, comprometidos con el país, y sobre todo, objetivos. Los admiro muchísimo y ellos saben a quienes me refiero. Su trabajo no dará tanto rating como el difamatorio, precisamente por ser honesto y sesudo, pero cada día será más valorado por las audiencias que están saturadas de la falta de objetividad en la información recibida de un puñado de mañosos y atarbanes, que le sirven de tarima a buena parte de los políticos de oposición y tambien a algunos que se suponen ser partido de gobierno. El papel de los medios debería convertirse en protagonista del trabajo de cooperación y coordinación social de acciones de información y ayuda a las comunidades en este momento, en lugar de andar dedicados a la especulación política y a la critica de todo lo que represente un comportamiento ordenado y una ayuda a los más necesitados.


Hoy la comunicación demanda autenticidad y requiere una nueva línea, divergente de la nociva escuela del periodismo sensacionalista. El trabajo en función del rating y el click mediante la creación de escándalos, es la antítesis de una intelectualidad y del fomento de una lógica analítica sana. No es normal que, aduciendo la búsqueda de la verdad, en materia de horas o minutos se emitan juicios que solo se fundamentan en la chivatería suspicaz, maquiladora y al amarillismo, originada en la diaria evolución sabelotodo de la opinión en televisión y radio, que resultó siendo cómplice de la degeneración de muchas instancias sociales en el país. Es inmenso el daño que hace ese “selecto” grupo de anárquicos al propio periodismo nacional. Desde trincheras foráneas y bajo la protección estatal en las licencias locales, se dedican a ejercer un sistemático saboteo mediático contra el fantasma totalitario construido por ellos mismos con odio, sevicia, maldad y un lujo de detalle grotesco y ordinario, que no les deja otro apelativo que el de, miserables.


Es así como a diario se le da portada, titular, micrófono y rienda suelta, a quienes con una dialéctica y una propaganda antisistema que alienta el odio de clases y no los valores y principios inherentes al progreso individual y colectivo, se dedican al engañar la juventud.


Fin. LGEV. Agosto 18 de 2020

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