Agua y Aceite no mezclan
Hacienda Caballo Bayo
Febrero 2 de 2019
Este documento tiene por objeto demostrar
como el grado de cultura, la educación, la ética y la honorabilidad de quienes
tomen las decisiones en las comunidades, en los países y en el mundo, va a ser
el factor determinante para saber si nuestra civilización actual sometida a un
ámbito donde el cambio es la única constante, va a ser capaz de sobrevivir
utilizando los avances tecnológicos actuales y futuros para progresar o si el
mundo está ad portas de un proceso autodestructivo.
En este momento Colombia tiene todo en la
mano para que vamos definiendo de una vez por todas, si lo que queremos es
cultura y progreso basada en desarrollo económico regional, o quedarnos metidos
en debates y negociaciones ilusas con criminales, que solo le sirven a quienes
pescan en rio revuelto y a los que tienen con que andar el mundo presumiendo de
sus esfuerzos de falsa paz.
Es así de simple. Tal y como agua y
aceite no mezclan, y si convergen en el mismo recipiente lo oxidan y lo
deterioran hasta dejarlo inservible; Democracia y Terrorismo no mezclan, y
Cultura y Drogas; tampoco.
Forzar una Democracia a convivir con el
ejercicio del terrorismo no tiene justificación alguna. Ello degenera en
complicidad del Estado con el crimen organizado, tal como ocurrió en Colombia
cuando se le quiso hacer creer al mundo entero, que era procedente someter
nuestra Constitución al laboratorio absurdo, del intento de paz bajo la guía
intelectual de la dictadura castrense, con la garantía del dictador Hugo
Chávez, la doble moral escandinava y la torcida influencia de los abogados
españoles afines a la condonación del terrorismo etarra.
No podemos seguir comiendo nube, cuando
tenemos la oportunidad de construir un mejor futuro. Un futuro en base a
efectividad en el desarrollo y no a la preconcepción ideológica de los temas.
El acuerdo de cuba ignoró deliberadamente e hizo a un lado, dos aspectos
relacionados con valores democráticos fundamentales: La rigurosidad que exige
el tratamiento penal a los crímenes de sangre o de lesa humanidad, y efecto
perverso del narcotráfico en nuestra sociedad.
El pacto de La Habana “amarró los gatos
con longaniza”. Se hizo caso omiso del verdadero fondo del problema o asunto a
tratar. Una negociación seria debía empezar por la renuncia a la comisión de
delitos de lesa humanidad, a la producción de coca, al narco-tráfico y a los
delitos con los cuales financian todas sus actividades. Se ignoró el hecho de
que el crimen organizado nunca ha tenido su negocio a la venta. Y como si fuera
poco, Santos, les dio una tregua de ocho años para que, mientras él engañaba al
pueblo y al mundo con una ilusión de paz y se colgaba la medalla, los
narco-terroristas incrementaran sus actividades de destrucción ambiental, de
ataque a la infraestructura energética, infiltraran las instituciones
educativas, normativas, judiciales y legislativas, y expandieran su monopolio
de cultivos ilícitos, producción, trafico y venta de estupefacientes, minería
ilegal, secuestro y extorsión sistemática al campesinado, y a las empresa
agroindustriales.
El tal acuerdo, se fundamentó en la falsa
premisa de la conexidad de los delitos de lesa humanidad con los delitos
políticos justificados por el derecho de rebelión, el estatus de beligerancia,
el concepto equivoco de conflicto armado, y la dicotomía entre la paz y guerra,
sin referencia a actividad criminal o delictiva alguna y sin considerar
realmente a las verdaderas víctimas; acepciones todas que no aplican ni mezclan
con el concepto republicano de un Estado democrático.
El acuerdo entre los hermanos Santos y
las FARC-EP, al final solo demostró ser, el sometimiento de la independencia de
la justicia ordinaria que se fundamenta en la igualdad del ser humano ante la
ley, y la instauración de una instancia judicial paralela en la cual hay
ciudadanos (criminales) de mejor derecho, y otros (personas de bien) de menor
derecho.
Finalmente, Colombia terminó cargando con
la costosa jubilación de 20 criminales, gordos, llenos de territorios,
propiedades y millones de dólares mal habidos, con ambiciones de poder
iluminadas por el ejemplo castro-chavista, y que tan pronto no pudieron
consolidar una victoria política en cabeza de un exguerrillero, regresaron en
su mayoría a la clandestinidad, y de otros pocos que desde el parlamento o del limbo,
sostienen su táctica de lucha por el poder paralela a la armada mediante
continuos intentos de dialogo, y a quienes hoy algunos medios pretenden
comparar con bondadosas abuelitas encariñadas de un perrito faldero.
Cuando al péndulo de la democracia se le
ultraja y se fuerza a un extremo, resulta en la agudización degenerativa de la
anárquica, ad portas de un totalitarismo, y se destruyen los principios
constitucionales de legalidad, garantías y libertades sociales, independencia
de poderes y valores democráticos, que derivan de los pactos sociales
republicanos con tradición y mecanismos electorales representativos.
Así mismo, el nivel de cultura de una
sociedad se ve derruido aceleradamente por la coexistencia o mezcla
inconveniente de la normatividad penal con la permisividad con la producción,
distribución, trafico, venta y utilización de drogas y sustancias psicoactivas.
El crecimiento de una cultura de
utilización de todo tipo de drogas, además de degenerar y condenar a la
mediocridad o a la auto-destrucción a las nuevas generaciones, siempre esconde
ilegalidad, y un deterioro social que resulta en la complicidad del Estado con
la comisión de actos violentos, el ejercicio de terrorismo y la dolorosa
perdida de muchas vidas.
El Estado tiene que estar claro, si
quiere una nueva generación de “Zombies” adictos a las drogas desde la
infancia, o queremos generaciones pujantes de personas cultas que le reporten
progreso a sus comunidades.
Es importante entender que más del 85% de
los homicidios se comenten bajo la influencia de alguna sustancia que altera el
cerebro humano y por tanto el comportamiento de las personas. Como dice el
refrán antioqueño: “Un bobo toreado, mata la mama”. Y es que no es lo mismo
decirle a alguien que esté en sano juicio que cometa un crimen o mate a otro
ser humano, que utilizar argumentos y motivos inductivos que lleven a cometer
un crimen a una persona que esté bajo la influencia de cualquier sustancia que
altere su mente y su comportamiento.
Ahora bien, lo anteriormente descrito se
agrava más aun, cuando los niveles culturales de las personas son bajos y están
sometidos a las circunstancias complejas propias de los estratos socio
económicos con menor ingreso, llenos de dramas como lo son la pobreza e
indigencia, pues sus situaciones de vida los llevan a asociar el consumo de
drogas o alcohol, con un alivio de los aspectos de sufrimiento y miseria en los
que viven. Hecho que se agrava más, cuando el referente educativo fue haber
sido víctima de violencia física o sexual traumática durante la niñez, o haber
tenido algún tipo de deficiencia alimentaria desde la concepción y al menos
hasta los cinco primeros años de vida.
Y tengamos en cuenta que, en el caso de
Colombia, por ejemplo, se sabe que se presentan anualmente (reportados), entre
quinientos mil y un millón de casos de niños que sufren por violencia
traumática física o mental, cuando la institucionalidad actual del Estado y las
ONG dedicadas a atender estos casos escasamente tienen la capacidad de atender
y tratar psicológicamente diez mil pacientes por año. Y no hablamos propiamente
de una pela correctiva, un pellizco, un coscorrón o un par de gritos, hablamos
de episodios traumáticos reales, que en un 70% son violaciones sexuales, y en
el 30% remanente, otros actos de violencia física con daños traumáticos
permanentes.
Después de esta descripción cruda de la
realidad social que vivimos, pensemos que la droga por su condición inherente a
la ilegalidad conlleva indefectiblemente al ejercicio de una cultura mafiosa
que se expande por toda la sociedad. Una forma colectiva de obrar que se vale
del terror propio de la criminalidad, y que se agrava o multiplica mucho más en
los dramas sociales y económicos de los países subdesarrollados y que por tanto
impide el debido desarrollo educativo y cultural promedio requerido por las
naciones para poder consolidar clases medias amplias, sólidas y sostenibles.
Este drama social ignorado por los
políticos y legisladores, se agudiza y multiplica cuando quienes tienen la
obligación de dedicarse a la generación de políticas de Estado eficientes,
éticamente correctas y afines al bien común y al interés general, son
indiferentes, conviven con un sistema individualista, mafioso, y cada vez
resultan más entrampados en la jugarreta clientelista y politiquera que
alcahuetea y no condena, social ni penalmente la corrupción.
La dicotomía del presente ya no es la de
izquierda o derecha, ni siquiera la de comunismo y capitalismo. El nombre del
juego la velocidad y la capacidad de entendimiento, adaptación y adopción
dentro de niveles culturales que nos permitan asimilar cambios tecnológicos,
dentro de un marco de ética y legalidad que permita el progreso y no la
destrucción. Es la capacidad de las naciones y los líderes de ambos
hemisferios, Este y Oeste de entender que ya no se trata de un tema de
dominancia política y económica, sino de poder coexistir culturalmente en
función de progreso y eficiencia.
Entonces surgen una serie de
interrogantes mayores, que cada nación va a tener que comprender y adaptase en
función del progreso y en la medida de sus capacidades.
¿Podrán nuestros líderes políticos,
ponerse al día con los avances del conocimiento, la ciencia, la genética y la
convergencia tecnológica, producto de la acumulación de riqueza que hay en el
mundo; y adoptar los referentes éticos que nos permitan cerrar esas brechas
culturales y en equidad económica que cada día se vuelven mayores?
¿Podrán los políticos entender que en el
adelanto tecnológico puede estar la clave para atender el justo balance entre
las demandas de conservación ambiental y las necesidades sociales; lo que
sabiamente el presidente Duque ha llamado “producir conservando y conservar
produciendo”?
¿Podrán los Estados Unidos y sus aliados
occidentales, en función del progreso de nuestra civilización, pasar del
liderazgo mundial en materia política y económica, a aceptar la presencia y
coexistencia con China como fuerza o poderío paralelo?
¿Podrá el liderazgo político chino
moderno, considerando sus intereses en el mar del sur asiático y en las
planicies del oeste de su hemisferio, manejar y contener el poderío de su
desarrollo tecnológico bélico de la última década que cuenta con misiles Mac-5
y hasta Mac-20?
¿Podrán en el Oriente, China y Rusia, que
son aliados temporales de conveniencia que no estratégicos, convivir
pacíficamente, habida cuenta de su competencia por el gas, el petróleo y el oro
de los territorios del occidente ruso?
¿Podrá mantenerse la estabilidad entre
India y Pakistán sin que ello desate un desastre nuclear en esas naciones o
provoque una reacción en cadena de grandes potencias?
¿Podrán La Unión Europea y las potencias
del Asia al desarrollo de los países árabes y estos solventar sus diferencias
filosóficas y religiosas en función del progreso?
¿Podrán los grandes poderes ayudar a que
Arabia Saudita e Irán puedan convivir con sus diferencias?
¿Podremos conciliar en función del
progreso de las generaciones futuras las brechas de formación en conocimiento
de las juventudes que se evidencia hoy entre ambos hemisferios?
¿Podremos los países occidentales
finalmente, dejar atrás la arcaica y perversa discusión entre izquierda y
derecha, comunismo y capitalismo bruto, entender nuestro atraso cultural y
hacer un trabajo organizado, filosófico y material, en contra los problemas
conexos de ilegalidad que enfrentamos en materia de: Desnutrición infantil,
violencia intrafamiliar, drogadicción, crimen organizado y narco-terrorismo,
corrupción política, y generación y distribución de riqueza y conocimiento?
¿Podremos lograr que nuestros países
salgan de la nefasta influencia revolucionaria y violenta del fallido modelo
cubano basado en la sumisión del pueblo a la miseria y encontrar en la
multiplicación del conocimiento la ciencia y la tecnología la respuesta a la
ceración de una clase media, sólida y prospera?
La propuesta de la creación de una corte
anti corrupción en la ONU, si no se politiza como ha pasado con muchas
funciones de esa organización, puede ser un mecanismo multilateral que ayude a
que los lideres puedan dar respuesta a algunas de las dudas aquí expresadas y a
que los parámetros y referentes éticos que utiliza nuestra sociedad evolucionen
en paralelo con la vertiginosa velocidad del cambio actual de manera que la
humanidad pueda garantizarse que la utilización del conocimiento científico
disponible esté al servicio de las fuerzas del bien y el progreso y no de las
fuerzas del mal, normalmente relacionadas con el crimen organizado, el
terrorismo y la corrupción.
Al final todo depende de la comprensión
del valor que tiene el nivel cultural de los líderes en la época de
conocimiento y el progreso científico. El progreso de nuestra civilización
depende pues de comprendamos que, es la cultura y no el ejercicio imperativo
del poderío político y económico, lo que puede solucionar los problemas de
inequidad que tenemos en una geografía mundial cada día mas reducida pero
habitada por una mayor diversidad cultural.
Roguemos porque nuestros líderes no
aflojen en el acompañamiento a la lucha del pueblo venezolano contra la
opresión de todos los grupos criminales que llevaron esa nación a la inopia y a
la miseria humana que vive en la actualidad. Pidamos porque se encuentre pronto
la salida a la libertad y se emprenda la recuperación social y económica del gran
país que fue Venezuela y que con ella se encuentre la solución a la atrocidad
insostenible de que en pleno siglo 21, estén en nuestra región caribe, 31
millones de venezolanos y 12 millones de cubanos, sometidos a la inhumana mano
de las fuerzas del narco-terrorismo político que se esconden tras la máscara
castro-chavista del lisonjero proyecto Neo-Bolivariano.
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